
En medio de una de las crisis políticas más complejas de la llamada Cuarta Transformación, distintos liderazgos de Morena y sus aliados han optado por el descanso en destinos de lujo. Hasta ahí, todo parecería normal. Sin embargo, cuando el discurso fundacional de un movimiento político está basado en la austeridad, la congruencia se vuelve no una virtud, sino una exigencia.
El primero en encender la mecha fue Andrés “Andy” López Beltrán, hijo del presidente López Obrador y actual secretario de organización de Morena, quien fue captado en Tokio, Japón. No fue una imagen casual. Fue visto saliendo de una boutique Prada en Aoyama y hospedado en el Hotel Okura, uno de los más exclusivos de la capital nipona. Las tarifas por noche oscilan entre los 350 y 770 dólares. Las redes ardieron, y con razón.
Pocos días después, Mario Delgado, quien ahora ocupa la Secretaría de Educación Pública, fue sorprendido vacacionando en Lisboa, Portugal. Comiendo en restaurantes de mantel largo y paseando por las calles lisboetas, el funcionario intentó minimizar el asunto al decir que lo hizo con “recursos propios” y sin descuidar sus funciones. La justificación no bastó. El silencio oficial tampoco ayudó.
Ricardo Monreal, coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, también fue visto en Madrid, España, cenando en un restaurante de alto nivel. La respuesta institucional fue aún más tímida: la presidenta Claudia Sheinbaum sólo se limitó a decir que “cada quien será reconocido por su comportamiento”. Una frase elegante, pero que deja al descubierto una falta de alineación política dentro del movimiento.
La lista sigue: el diputado morenista Enrique Vázquez fue captado en el club “Lío” en Ibiza, un sitio famoso por su exclusividad y ambiente de élite. Y aunque su nombre no causa tanto revuelo como el de los anteriores, la percepción de que los liderazgos del partido se alejan de los principios que los llevaron al poder se intensifica. Mientras tanto, en redes sociales circula una sola palabra: incongruencia.
Tampoco escapó del lente el senador del Partido Verde, Luis Armando Melgar, quien fue visto en Londres en un evento con influencers internacionales. Aunque el Partido Verde forma parte de la alianza oficialista, la explicación fue que lo hizo con dinero privado. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿es el ejemplo el que legitima el discurso? Porque si el mensaje es austeridad, el estilo de vida no puede ser uno de derroche.
En la narrativa presidencial, repetida hasta el cansancio desde el Zócalo hasta la última mañanera, el principio era claro: no puede haber “gobierno rico con pueblo pobre”. Así lo sentenció Benito Juárez, y así lo ha citado el presidente López Obrador desde el primer día de su mandato. ¿Dónde quedó ese principio cuando los suyos recorren Europa como turistas de alto nivel?
No se trata de satanizar el derecho al descanso ni de criminalizar el éxito personal. Se trata de la ética política que exige que el discurso coincida con la práctica, sobre todo en un movimiento que nació criticando precisamente este tipo de excesos. El pueblo observa, compara y juzga. La incongruencia se paga, sobre todo cuando hay más pobreza que bienestar.
Las encuestas lo reflejan: la confianza en los partidos políticos sigue en picada. Y aunque Morena mantiene una posición dominante en el país, casos como estos desgastan la narrativa de transformación y acercan al movimiento a la arrogancia del poder que tanto criticaron en el pasado. El peligro no está en un viaje, sino en la suma de contradicciones.
En contraste, los recortes presupuestales siguen golpeando áreas sensibles. Las universidades públicas piden más recursos, los hospitales enfrentan carencias de medicamentos y el transporte público en muchas regiones está colapsado. En ese contexto, las vacaciones de élite no solo ofenden: provocan una fractura simbólica entre la élite morenista y la ciudadanía de a pie.
Si algo tiene Morena es que sus cuadros más cercanos al poder han sido entrenados en el discurso. Pero el desgaste no viene por lo que dicen, sino por lo que hacen. Y en política, los actos valen más que las declaraciones. Cuando los viajes son en silencio, cuando la rendición de cuentas es mínima y cuando la ciudadanía no es tomada en cuenta, la indignación crece.
AMLO dijo que no dejaría “un heredero” sino un movimiento. Pero ese movimiento se enfrenta hoy a su prueba más difícil: mantenerse vigente sin traicionar sus principios. Los símbolos importan. Los destinos importan. Y la lealtad al pueblo no se demuestra en Lisboa, Madrid o Tokio, sino en la congruencia de todos los días.
Porque al final, como decía Benito Juárez: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”. Y hoy, más que nunca, parece que a muchos ya se les olvidó.