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Se divorcia Marina del Pilar de Carlos Torres: se libera de un hombre problemático que arrastró su mandato

La gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila Olmeda, confirmó públicamente que está en proceso de divorcio de su esposo, Carlos Torres Torres, una figura que durante años fue su sombra política y su mayor carga personal. El anuncio, hecho durante su conferencia matutina en Mexicali, cierra un ciclo de escándalos que ha marcado su administración y del que busca, con esta decisión, desprenderse definitivamente.

El punto de quiebre entre la pareja se produjo en mayo pasado, cuando ambos reconocieron que el gobierno de Estados Unidos les había retirado la visa. A partir de ese momento, el matrimonio que durante años se presentó como un equipo político sólido comenzó a desmoronarse públicamente. Las razones de la revocación nunca fueron aclaradas oficialmente, pero la versión provocó un vendaval mediático que minó la credibilidad de la gobernadora y la colocó en el ojo del huracán.

Carlos Torres, quien fungía como coordinador de proyectos estratégicos en el estado y mantenía una posición de influencia en la estructura gubernamental, presentó su renuncia semanas después del escándalo, asegurando que deseaba “priorizar a su familia”. En los hechos, esa renuncia fue el primer intento de deslinde de Marina del Pilar ante un hombre que, más que apoyo, se había convertido en un problema político de gran tamaño.

La cancelación de la visa detonó una serie de señalamientos que involucraban al matrimonio en presuntas investigaciones por lavado de dinero, robo de combustible y operaciones financieras irregulares. Aunque la gobernadora negó en repetidas ocasiones cualquier vínculo con hechos ilícitos, la relación con Torres empezó a percibirse como un lastre que ponía en riesgo su futuro político.

La situación se agravó cuando medios locales revelaron que la revocación de las visas podría estar relacionada con decisiones tomadas por la administración estatal en torno a la seguridad y el manejo de zonas con alta presencia criminal. A partir de entonces, el nombre de Carlos Torres comenzó a aparecer ligado a negocios cuestionables y operaciones inmobiliarias en la frontera.

En paralelo, la imagen de Marina del Pilar comenzó a deteriorarse. Su popularidad cayó de forma sostenida en las encuestas, y en los círculos políticos se interpretó que la mandataria perdió control de su narrativa pública, al tener que destinar su tiempo a desmentir rumores y contener daños en lugar de gobernar con iniciativa propia.

El desgaste fue evidente. De ser una de las figuras emergentes de Morena con mayor proyección nacional, pasó a ser vista como una gobernadora cercada por conflictos personales, intrigas internas y un entorno cada vez más adverso. La presencia de Torres se convirtió en un recordatorio constante de los vínculos que muchos consideraban inconvenientes dentro de su administración.

Hoy, con el anuncio del divorcio, Marina del Pilar intenta cerrar una etapa de inestabilidad que afectó tanto su imagen como la del gobierno estatal. Durante su mensaje, agradeció a su aún esposo “por ser un gran hombre y un gran papá”, pero pidió respeto para un tema que definió como estrictamente personal. La frase, breve pero significativa, marcó el inicio de su distancia definitiva.

La separación no sólo representa un acto íntimo, sino también una estrategia política. La gobernadora parece haber comprendido que continuar al lado de un hombre señalado por múltiples polémicas era una carga insostenible para su administración. Al desprenderse de él, busca recuperar el control de su discurso y reencaminar su figura como una mujer fuerte que toma decisiones, incluso cuando son dolorosas.

La ruptura entre Marina del Pilar y Carlos Torres simboliza algo más que el fin de un matrimonio: es la decisión calculada de una política que, en medio de la turbulencia, intenta salvar su proyecto y recuperar la confianza de un electorado que la ha visto desgastarse por los errores y excesos de quien alguna vez fue su mayor aliado.


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