Noticia Frontera

Los periodistas que se creen candidatos

Otra vez el viejo cuento: un periodista que confunde los likes con votos, los micrófonos con urnas y las vistas con estructura territorial. Ahora el protagonista es Gustavo Macalpin, el influencer cachanilla que, según una encuesta local de Tijuana, aparece con más del 80 % de preferencia frente al líder del Congreso, Jaime Cantón, y otros morenistas de peso.

A primera vista parece un fenómeno, un “outsider” con encanto mediático. Pero basta rascar tantito para ver que esto ya lo vivimos y siempre acaba igual: en derrota. Los micrófonos no se convierten en votos, y los trending topics no se transforman en actas de escrutinio.

No es la primera vez que un periodista engreído confunde la popularidad virtual con el respaldo ciudadano. En Mexicali, Antonio Magaña, exconductor del Canal 66, intentó lo mismo en 2016, con la misma receta que hoy repite Macalpin: tirarle al gobernador en turno para montarse en la ola del descontento.

En aquel entonces el blanco era Kiko Vega, y Magaña pensó que el hartazgo social lo empujaría directo al triunfo. Spoiler: no pasó. Ganó fama temporal, sí, pero perdió en las urnas con la contundencia que suele acompañar a quienes confunden audiencia con militancia.

Hoy la historia se repite con otro reparto. Marina del Pilar es el nuevo “villano” del libreto, y Macalpin se posiciona como el abanderado del enojo ciudadano. Pero ojo: el descontento social no necesariamente se traduce en respaldo electoral, y el discurso incendiario de las redes rara vez sobrevive al escrutinio del voto.

Porque gobernar no es tuitear. No se trata de likes, sino de resultados. Y la política, nos guste o no, sigue requiriendo algo que los influencers suelen despreciar: estructura, alianzas y operación territorial. Sin eso, no hay algoritmo que te salve.

Lo de Macalpin es un déjà vu de lo ocurrido en Tijuana cuando Fernando del Monte, el conductor estelar de Televisa, intentó ser candidato del PRI. También creyó que su fama en pantalla bastaba. Y también terminó derrotado.

Más reciente, en la elección de 2024, la exconductora Maricarmen Flores, también de Televisa, se aventuró con la misma lógica mediática: “soy conocida, por tanto gano”. Resultado: una derrota humillante que ni los comerciales pudieron maquillar.

Y es que hay una constante que no falla: los periodistas no ganan elecciones. Les falta territorio, estructura y humildad. Están acostumbrados a tener la última palabra, no a escuchar. En un mitin no hay apuntador, y en campaña no se edita el guion.

Es cierto, ha habido casos aislados de comunicadores que lograron llegar al poder, pero siempre bajo el cobijo del mismo sistema al que antes decían criticar. Han ganado cuando han sido comparsas del Estado, nunca como oposición. No por representar una alternativa, sino por servir de escaparate al poder que los colocó.

En esos casos, los micrófonos se cambiaron por un cargo, pero no por convicción, sino por conveniencia. Y esa es la diferencia esencial: los periodistas que llegan por el poder terminan hablando por encargo, ya no por convicción. Se vuelven parte del guion, no de la historia.

Gustavo Macalpin debería aprender de la historia reciente: no basta con grabarse despotricando contra el poder para convertirse en opción de gobierno. El público aplaude al cronista, no necesariamente vota por él.

En política, el “antipoder” vende mientras no se vuelva responsable de nada. El día que un influencer cruza la línea y pide el voto, deja de ser parte del espectáculo para volverse parte del sistema. Y ahí es donde las luces se apagan.

Antes de inflarse con encuestas de ocasión, Gustavo Macalpin debería recordar la lección de MagañaDel Monte y Flores: la fama no se traduce en triunfo. En las urnas, los periodistas pierden el micrófono y ganan un baño de realidad.

Scroll al inicio