
La reciente polémica en torno a Adán Augusto López Hernández ha encendido las alarmas dentro de Morena. El exsecretario de Gobernación y actual senador enfrenta una de sus peores crisis políticas, luego de que su exsecretario de Seguridad Pública en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, fuera acusado de liderar una célula del crimen organizado. Pero más allá del escándalo nacional, el impacto ya comienza a sentirse en los liderazgos regionales, particularmente en Baja California.
El llamado “Comandante H”, como se conoce a Bermúdez, se encuentra prófugo y es buscado por la Interpol. Está acusado de ser el cabecilla de “La Barredora”, una célula vinculada al Cártel Jalisco Nueva Generación. El hecho de que ocupó cargos clave en la administración de Adán Augusto ha puesto bajo la lupa al senador tabasqueño, quien ha tenido que salir a declarar que “jamás sospechó” de su colaborador y que está dispuesto a colaborar con cualquier autoridad que lo requiera.
Esta crisis ha dejado en la cuerda floja a figuras que durante años construyeron su trayectoria política al abrigo del poder de López Hernández. Uno de los más golpeados es el senador bajacaliforniano Armando Ayala Robles, exalcalde de Ensenada y actual integrante del Senado de la República. Ayala, quien mantuvo una relación política cercana con Adán Augusto, se ha quedado sin el respaldo que lo catapultó al plano nacional.
Durante el pasado Consejo Nacional de Morena, Ayala intentó mantenerse visible. Declaró su respaldo al senador tabasqueño, pero en la práctica, su margen de acción se ha reducido. La caída de su padrino político le ha restado fuerza interna justo en momentos en que buscaba consolidarse como una carta fuerte dentro del partido para el ciclo electoral de 2027.
Un caso similar es el de la senadora Julieta Ramírez Padilla, considerada por años una protegida política de la gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda. Sin embargo, el debilitamiento progresivo de la mandataria bajacaliforniana tras el escándalo por el retiro de su visa estadounidense ha dejado a Julieta en una posición incómoda. El silencio que guardó durante la controversia y su tibio respaldo a Marina del Pilar han afectado su capacidad de convocatoria.
Ambos casos son muestra de cómo la política nacional puede dinamitar carreras regionales. En el caso de Ayala, su cercanía con Adán Augusto fue un activo mientras el tabasqueño aspiraba a la candidatura presidencial. Hoy, ese mismo vínculo podría convertirse en su mayor obstáculo. En el caso de Julieta Ramírez, el desgaste de su madrina política ha reducido su brillo en la escena pública, justo cuando se perfilaba como una de las favoritas para la sucesión estatal.
Lo que está en juego no es menor. En Baja California, la contienda interna de Morena para 2027 ya está en marcha, y la legitimidad de los aspirantes dependerá no solo de sus alianzas, sino de su capacidad para mantener una imagen limpia y cercana a la gente. Los escándalos de sus aliados políticos, sean o no locales, pesan cada vez más en la opinión pública.
Además, el contexto nacional no favorece la complacencia. La ciudadanía ha demostrado en las urnas que está dispuesta a castigar las complicidades y los silencios. En ese sentido, la estrategia de respaldo incondicional —como la que han adoptado Ayala y otros senadores— podría volverse en su contra si no logran deslindarse a tiempo de las figuras en desgracia.
En este tablero de desgaste, gana quien logre proyectarse como liderazgo renovado, con independencia política y sensibilidad social. Por ahora, ni Ayala ni Ramírez parecen tener esa narrativa clara. Mientras tanto, Baja California observa con escepticismo a quienes alguna vez presumieron tener el respaldo de los grandes cuadros del partido.
La crisis de Adán Augusto no es solo de un hombre: es la caída de una red de poder que empieza a deshacerse, nodo por nodo, en los estados donde alguna vez tuvo control.