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Jorge Figueroa: del protagonismo al repliegue obligado

Jorge Figueroa, el hasta ahora coordinador del Corredor Económico de la Península de Baja California, pasó en cuestión de días de ser tema de conversación por sus aspiraciones políticas a convertirse en ejemplo de cómo un mal cálculo puede dinamitar una carrera. Lo que parecía un movimiento estratégico para posicionarse rumbo a la alcaldía de Tijuana, se transformó en una crisis que hoy lo mantiene contra las cuerdas.

Porque apenas se filtró su intención de levantar la mano para la presidencia municipal, comenzaron a emerger los fantasmas que él creyó enterrados: presuntos actos de corrupción vinculados a la administración de Monserrat Caballero, la exalcaldesa con quien se le ha señalado de mantener una relación operativa que favoreció intereses privados por encima del interés público.

Uno de los temas más comentados entre empresarios y actores políticos es la polémica adquisición de un software, presuntamente sobrevalorado, que habría beneficiado a empresas cercanas a Figueroa durante la gestión municipal anterior. Aunque el funcionario nunca ha ofrecido explicaciones claras, la narrativa se instaló y no parece que vaya a diluirse pronto.

El desgaste fue inmediato. Bastaron un par de días para que su nombre pasara de mencionarse en círculos políticos como un “aspirante serio” a convertirse en sinónimo de riesgo. La reacción fue en cadena: reuniones canceladas, llamadas sin respuesta y puertas cerradas en un sector empresarial que, de por sí, vive con la lupa puesta por la incertidumbre económica y los cambios en el marco regulatorio.

Algunos de sus antiguos aliados, hoy discretos, lo reconocen en privado: la intención de Figueroa de colocarse en la vitrina pública fue precipitada y sin cálculo de escenarios. Creyó que su cercanía con inversionistas y su posición en el gobierno federal le daban blindaje, pero olvidó que la memoria política en Baja California es selectiva, y que los errores no se borran, solo se archivan esperando el momento adecuado para resurgir.

Ese momento llegó. Y con él, el colapso de su narrativa de “gestor de proyectos” para dar paso a la imagen de “operador con cuentas pendientes”. Hoy, los rumores no solo lo apartan de cualquier proyecto político, sino que lo colocan en la antesala de un relevo en el Corredor Económico, un cargo estratégico para la relación entre el gobierno federal y los inversionistas regionales.

Pero no solo salieron a flote los vínculos con Monserrat Caballero. También volvió a colocarse bajo los reflectores su vieja relación con Miguel Ángel Bujanda, exsecretario particular del entonces gobernador Kiko Vega. A Figueroa se le recuerda como prestanombres y operador de confianza de Bujanda, y el vínculo entre ambos no es menor: son compadres, y durante años tejieron redes de interés que aún hoy generan suspicacias.

Esa relación con estructuras políticas anteriores no ha sido bien vista dentro de la 4T, y mucho menos en un momento donde la lealtad partidista se vigila con lupa. Figueroa quiso vender una imagen de renovación, pero lo alcanzó el pasado; y ese pasado incluye favores, negocios opacos y lealtades que hoy resultan incómodas para cualquier aspiración dentro del movimiento.

En los pasillos del sector productivo, la frase que más se escucha es lapidaria: “perdió credibilidad”. Y en política, como en los negocios, la confianza no es un activo que se recupere con facilidad. Una fuente consultada por este medio lo resume sin rodeos: “Nadie quiere asociar su marca con alguien que suena a problema, y Jorge hoy suena a problema”.

El caso de Figueroa evidencia una constante en la política local: la soberbia del poder técnico, ese que opera desde la sombra y cree que nunca será expuesto. Durante años, se movió entre las élites económicas y las oficinas gubernamentales con el margen que da la discreción, pero aspirar a un cargo de elección popular cambia las reglaste vuelves un blanco, y todo lo que hiciste (o dejaste de hacer) entra en el debate público.

Algunos analistas lo ven como una jugada fallida que podría costarle más que la candidatura: podría costarle la carrera. Porque no solo se especula su salida del cargo actual, sino que, además, su figura quedó marcada para futuras negociaciones. A los inversionistas les incomoda la incertidumbre y a los políticos les aterra cargar con lastres; Jorge se convirtió en ambas cosas.

Hoy, Figueroa guarda silencio. No hay comunicados ni entrevistas; solo rumores que crecen y puertas que se cierran. Quizá entienda que, en Baja California, las segundas oportunidades son escasas cuando se trata de prestigio. Y que en un estado donde la política se cocina a fuego lento, adelantarse en los tiempos suele quemar a quien no mide la temperatura.

Y es que si algo queda claro de este episodio, es que Jorge Figueroa no fue víctima de una conspiración, sino de sí mismo. Se expuso sin cuidar sus flancos, y los flancos estaban llenos de lastres, deudas pendientes y compadrazgosque hoy pesan más que cualquier hoja de vida.

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