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La soberbia del Diablo: cuando Castro Trenti ofende al morenismo

FOTO: Tomada de internet

“No puedo buscar lo que es mío”. Con esa frase, el diputado federal Fernando Castro Trenti, conocido en la política bajacaliforniana como “El Diablo”, volvió a mostrar su verdadera naturaleza: arrogante, egocéntrica y profundamente desconectada del movimiento que dice representar. Lo dijo durante el informe de la gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda, en un tono que destiló soberbia y desprecio hacia la militancia de Morena.

Su comentario no fue una ocurrencia ni una broma política. Fue una declaración de poder, un mensaje dirigido a quienes aún creen en los principios de la transformación. En realidad, fue un recordatorio de que el viejo sistema sigue vivo, camuflado entre los colores de la Cuarta Transformación. El Diablo no habla con humildad, sino con el cinismo del que se siente intocable.

Los morenistas lo percibieron así: como una ofensa abierta. No puedo buscar lo que es mío” no suena a certeza, sino a burla. No es convicción, es desdén. Y detrás de esas palabras está la misma actitud que lo llevó al fracaso político hace una década: su soberbia, esa que le ha cerrado más puertas de las que ha tocado.

Porque Fernando Castro Trenti lleva años repitiendo que Francisco “Kiko” Vega le “robó” la gubernatura en 2013. Pero lo cierto es que nadie se la robó. La perdió él mismo, víctima de su propio carácter y de los enemigos que su soberbia acumuló a lo largo de los años. En aquella elección, buena parte de la estructura priista operó en su contra, cansada de sus desplantes y su manera de humillar a aliados y subordinados.

Entre esos enemigos figuró Jorge Hank Rhon, el poderoso empresario y dueño del Grupo Caliente, quien jugó un papel decisivo en el resultado. Aunque pertenecían al mismo partido, Hank prefirió permitir el triunfo del panista antes que ver a Castro en el poder. Fue un pacto silencioso pero contundente: mejor perder la elección que entregarle el gobierno a un hombre que ya había demostrado que no sabe compartir el poder.

Ese episodio marcó a El Diablo y alimentó la narrativa de victimismo que hoy utiliza como bandera. Pero la verdad es otra. No perdió por traición ni por fraude, sino por su incapacidad para construir equipo. Su ego, su maltrato a quienes lo rodean y su manera de imponer sin escuchar lo aislaron. Lo mismo que hoy vuelve a repetirse bajo el disfraz de Morena.

Por eso su reciente frase resulta tan ofensiva. No solo porque minimiza a la militancia morenista, sino porque deja ver que no aprendió nada del pasado. Su soberbia sigue intacta. Cree que el poder se le debe, no que se gana. Cree que las candidaturas le pertenecen, no que se construyen. Y cree, sobre todo, que la gente olvidó quién es.

A diferencia de él, el alcalde de Tijuana, Ismael Burgueño, ha construido su liderazgo desde la gestión y el territorio; el exdelegado federal Jesús Ruiz Uribe mantiene estructura y presencia constante; la senadora Julieta Ramírez encarna el relevo generacional del movimiento; y el senador Armando Ayala, con respaldo político en Ensenada y vínculos en la Ciudad de México, consolida su nombre entre los perfiles con proyección nacional. Ninguno presume superioridad ni desprecio; los cuatro entienden que la legitimidad se gana de abajo hacia arriba.

El Diablo, en cambio, sigue apostando a sus viejas fórmulas. Su poder no proviene del pueblo, sino de sus alianzas en la capital del país. Mantiene vínculos con operadores cercanos al Senado y al entorno presidencial, y eso lo hace sentirse blindado. Habla con soberbia porque cree que todavía hay quienes pueden imponerlo desde arriba. Lo que no entiende es que Baja California cambió, y que hoy los acuerdos en lo oscuro ya no alcanzan para ganar una elección.

Esa soberbia lo ha acompañado toda su carrera. Lo convirtió en un político temido, pero también en uno profundamente solitario. Quienes lo conocen saben que detrás del discurso calculado hay un hombre que no confía en nadie, que manipula a todos y que desprecia a cualquiera que no le sirva. Su éxito pasado lo volvió tóxico, y su ego, una caricatura de poder.

La frase del informe solo vino a confirmar lo que muchos ya sabían: Fernando Castro Trenti no representa a Morena, representa al pasado. La vieja política que compra lealtades, reparte cargos y se siente con derecho a todo. En un partido que nació para desterrar esos vicios, su figura es una contradicción andante.

“No puedo buscar lo que es mío” no fue un acto de seguridad, fue un reflejo de soberbia. Fue el grito de un hombre que, a falta de respaldo real, se refugia en el recuerdo de lo que alguna vez fue. Pero el poder que presume ya no existe. Y lo que hoy proyecta no es fuerza, sino decadencia.

En política, los soberbios siempre terminan igual: creyendo que dominan el juego hasta que el juego los consume. El Diablo no es la excepción. Su arrogancia lo hizo perder en 2013, y todo indica que volverá a hacerlo, porque la historia —cuando no se aprende— se repite.


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