
El regidor Pablo Yáñez volvió a dar de qué hablar, y no precisamente por resultados de su trabajo. En su más reciente aparición en redes, se le observa disfrutando de una taza de café y un momento de lectura, cuando de pronto alguien coloca sobre su escritorio cuatro voluminosas carpetas que, se presume, contienen el presupuesto de egresos 2026. La escena busca transmitir el inicio de una ardua jornada de análisis, pero termina pareciendo una parodia involuntaria de lo que debería ser la labor de un servidor público.
La imagen es elocuente: un regidor interrumpido en su pausa de relax, sorprendido por la irrupción de la realidad administrativa. El gesto de molestia apenas disimulado y el ambiente casi de cafetería contrastan con el supuesto mensaje de trabajo y responsabilidad. Lo que se proyecta no es el compromiso con la ciudad, sino el retrato de un funcionario atrapado entre la pose y la simulación.
No es la primera vez que Yáñez convierte su cargo en vitrina de frivolidades. Antes fue visto promocionando tamales en la colonia Obrera, luego impulsando el consumo de pollo frito de una cadena estadounidense, y meses atrás prometió implementar en Tijuana un sistema de “eco-bicis” inspirado en la Ciudad de México. Aquella idea, nacida en uno de sus constantes viajes a la capital, donde suele acudir a eventos de Morena y aprovechar para tomarse fotos, se presentó como un gran avance en movilidad. Pero nunca pasó del anuncio.
Hasta ahora, ni una sola estación, ni un solo plan operativo, ni una licitación. El proyecto fue una ocurrencia turística más, producto del entusiasmo momentáneo de quien confunde la inspiración de un viaje con una estrategia de gobierno. Tijuana sigue sin un sistema de bicicletas públicas, y el regidor sigue sin ofrecer resultados tangibles.
En lugar de atender temas de fondo como la movilidad, la regulación urbana o la mejora de los servicios, Yáñez parece más interesado en cultivar su imagen digital. Su despacho funciona más como escenografía que como oficina, y cada aparición suya parece cuidadosamente producida para sumar likes, no soluciones.
El video del café es solo el más reciente capítulo en una cadena de actos que reducen su función pública a espectáculo. Lo que debería ser una escena de trabajo se convierte en una postal de distracción: el regidor leyendo, el aroma del café, la interrupción teatral, y el golpe seco de las carpetas sobre la mesa como recordatorio de que, en algún momento, habría que ponerse a trabajar.
Y mientras las carpetas se apilan, los proyectos reales siguen en pausa. Las bicicletas que nunca llegaron, los reglamentos que no avanzan, y las promesas que se disuelven entre publicaciones. La política del like reemplaza la política del resultado, y el ciudadano queda fuera del cuadro.
En el fondo, el video de Yáñez resume su estilo de gestión: una pausa permanente, una administración que parece disfrutar más de la idea de ser vista que de la obligación de rendir cuentas. Entre el café y el escritorio, entre la lectura fingida y los documentos que no lee, transcurre el tiempo del regidor que prometió movilidad pero no se mueve.
Y mientras Tijuana enfrenta temas urgentes de seguridad, transporte y presupuesto, el regidor del café sigue construyendo su propia narrativa visual, hecha de filtros, ocurrencias y pausas fotogénicas. Porque en su escritorio, el único movimiento constante es el de la taza, no el de la gestión.
