
La reciente protesta con “carnita asada” organizada el pasado 24 de mayo frente al palacio municipal de Tijuana dejó más preguntas que respuestas. Aunque su objetivo era mostrar un rechazo simbólico hacia la gobernadora Marina del Pilary el alcalde Ismael Burgueño, la convocatoria apenas logró reunir a unas 500 personas. Un número que, en términos políticos, resulta insignificante para una ciudad de más de dos millones de habitantes.
¿Será que en Tijuana la mandataria conserva más respaldo del que se pensaba? ¿O que Ismael Burgueño no genera la misma resistencia que sí enfrenta en otros frentes políticos? Lo cierto es que el mensaje fue claro: la oposición no logró incendiar el ánimo ciudadano, al menos no esta vez.
Mientras tanto, del otro lado del escenario político, algunos actores hacen hasta lo imposible –o lo ridículo– por destacar en la contienda por la gubernatura de Baja California. Es el caso del diputado federal Fernando Castro Trenti y del delegado federal Jesús Alejandro Ruiz Uribe. Ambos insisten en marcar presencia, pero lo hacen a través de gestos estridentes más que con estrategias de fondo.
La pregunta flota en el ambiente político: ¿Será esta vez un tijuanense quien herede el poder estatal?
Con Ismael Burgueño como uno de los perfiles más visibles de la capital económica del estado, muchos analistas ya se preguntan si será él quien obtenga el respaldo de la cúpula. Pero nada está escrito aún. La gubernatura no se gana con simpatías locales, sino con estructura, narrativa estatal y acuerdos de alto nivel.
En esa misma lista de posibles contendientes se encuentra el senador por Ensenada, Armando Ayala, quien también ha iniciado movimientos estratégicos para figurar. Su presencia es fuerte en la zona costa, pero deberá demostrar que su influencia puede traspasar los límites municipales.
Lo que es evidente es que la carrera ya inició, aunque de forma no oficial. Todos los aspirantes han comenzado a mover sus piezas, y algunos lo hacen mejor que otros.
Fernando Castro Trenti, por ejemplo, arrastra un pasado político pesado. Aunque intenta reinventarse bajo nuevas siglas y con nuevos aliados, su figura aún despierta anticuerpos en amplios sectores del morenismo.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe, por su parte, parece confiar demasiado en su relación con ciertos actores federales, olvidando que la sucesión estatal dependerá más de la operación territorial que de las fotos en redes sociales.
Ismael Burgueño ha optado por una estrategia de bajo perfil, priorizando la gestión municipal y evitando el protagonismo excesivo. Una jugada inteligente si se considera que en política, quien se adelanta demasiado también se desgasta antes.
Pero no todo es viento a favor. Como bien dicen los clásicos, los imperios caen desde dentro, y Morena no es la excepción. Las tensiones internas, las disputas por espacios y las lealtades volátiles serán el verdadero reto en los próximos meses.
Hay quienes aseguran que la definición de la candidatura podría fracturar al movimiento, especialmente si no se logra una ruta de unidad que incluya a todos los grupos.
En futuras entregas hablaremos de esos grupos internos que podrían dinamitar el camino de Ismael Burgueño, o de cualquier otro perfil que se imponga sin el respaldo completo de la maquinaria morenista.
Por ahora, el tablero se acomoda, las piezas se mueven y la verdadera batalla apenas comienza.