
En Tijuana, el nombre de Arturo Pérez Behr reaparece cada ciertos años como si nunca hubiera dejado la escena. Empresario del sector de importaciones, exfuncionario municipal y figura recurrente en los pasillos del poder, su trayectoria ha estado acompañada por señalamientos que, aunque no han derivado en sentencias, han alimentado un halo persistente de duda.
Su ascenso público ocurrió durante el trienio de Arturo González Cruz como el primer alcalde de Morena en Tijuana, cuando Pérez Behr fue designado secretario de Desarrollo Económico. Quienes siguieron de cerca esa administración recuerdan su paso como un periodo marcado por rumores sobre tratos preferenciales, movimientos poco transparentes y un incremento patrimonial que nunca terminó de explicarse de forma convincente.
En 2020, su nombre adquirió notoriedad nacional cuando un hombre se cosió los labios en pleno Zócalo de la Ciudad de México, exigiendo protección del gobierno federal. Aseguraba temer por su vida y responsabilizaba directamente a Pérez Behr. El episodio, ampliamente difundido, colocó al empresario en el centro de una conversación incómoda: ¿por qué alguien llegaría a un extremo así para denunciarlo?
Ese mismo año, otra polémica golpeó su reputación cuando fue señalado el marco del asesinato del comunicador Mariano Soto, creador de Tijuana Sin Censura. Según versiones que circularon entonces, el periodista había denunciado hostigamiento de autoridades locales y acusaba a diversos actores de intentar silenciarlo. Entre esos nombres figuraron Pérez Behr y el entonces secretario de Seguridad Pública, Jorge Ayón.
Las narrativas periodísticas de aquella época señalaban que ambos habrían participado en un operativo irregular para sembrarle un arma a Soto, detenerlo en un filtro policial y llevarlo a prisión. Ninguna de estas acusaciones prosperó jurídicamente, pero volvieron a colocar al empresario en el mapa de la controversia.
Con el paso del tiempo, las dudas no hicieron más que acumularse. Algunas permanecen en el terreno del rumor político; Sin embargo, la frecuencia con la que su nombre aparece asociado a episodios tensos u oscuros ha moldeado una percepción pública difícil de sacudirse.
Esta semana pasada, Arturo Pérez Behr volvió a ser mencionado en distintas plataformas digitales. Versiones en medios apuntan a que estaría operando como financiero informal en favor del aspirante a la gubernatura Jesús Ruiz Uribe, buscando incidir en la contienda interna. No se han presentado pruebas públicas, pero sí ha ganado tracción la narrativa de que Pérez Behr intenta volver a la órbita del poder.
El periodista Victor Lagunas anunció que existen investigaciones periodísticas en preparación sobre el “pasado y presente” de sus negocios, insinuando que podrían salir a la luz detalles incómodos. Nada confirmado, pero sí suficiente para reactivar el rumor.
Hasta aquí, la historia conocida.
Pero la nueva etapa de esta trama adquiere tintes todavía más oscuros.
Ahora se afirma que Pérez Behr estaría detrás de una campaña negra contra el alcalde de Tijuana, Ismael Burgueño, articulando ataques desde la sombra. Y es en este punto donde aparece un personaje que ya habíamos documentado antes: Carlos Mora, el operador oscuro, el cerebro detrás de diversas maniobras de guerra sucia a favor de Ruiz Uribe.
Ambos —Carlos Mora y Arturo Pérez Behr— fueron durante años lacayos políticos del exalcalde Arturo González Cruz, quien falleció recientemente. Ahora, intentan revivir aquella sociedad, no por convicción, sino por la desesperación de volver a tener relevancia en un escenario donde jamás lograron legitimarse del todo.
La idea de que “quieren regresar” no es una metáfora: todo apunta a que buscan colgarse de Ruiz Uribe, cuya campaña —por más dinero invertido en espectaculares, anuncios en prensa y arreglos con medios— simplemente no despega. En política, un aspirante desesperado se vuelve presa fácil de operadores cuya visión del poder no conoce límites.
Y ahí radica el problema.
Porque personajes como Pérez Behr y Mora no solo cargan con historiales turbios; también representan un riesgo para cualquier proyecto político que los adopte. Son operadores que, si sienten que pierden influencia, pueden llevar sus alianzas hasta el extremo.
No sería descabellado —según versiones que circulan en el entorno político— que ambos fueran capaces de asociarse con Fernando Castro Trenti, “El Diablo”, el único aspirante que no salió salpicado en el reciente escándalo de presunto lavado de dinero que embarró a los punteros Ismael Burgueño y Armando Ayala, así como a Jesús Ruiz Uribe por presunta autoría o complacencia.
La ausencia de señalamientos contra El Diablo tiene dos lecturas:
o simplemente a nadie le importa, tanta es su irrelevancia actual;
o —como muchos creen— es la prueba de su habilidad política, la misma que le ha permitido sobrevivir a la transición del PRI a Morena sin dejar huella, sin dejar rastro, sin dejar enemigos visibles.
Lo relevante no es únicamente la veracidad de cada señalamiento —que hasta ahora no se ha probado—, sino la acumulación de relatos, maniobras, asociaciones y resurgimientos estratégicos que mantienen a Pérez Behr como una sombra que se extiende y se adapta según las conveniencias del momento.
La reaparición de su nombre en el contexto de la sucesión de 2027 abre preguntas inevitables: ¿por qué un empresario con historial de señalamientos —aunque no verificados— volvería a involucrarse en la arena política? ¿Qué intereses representa? ¿Qué alianzas está reactivando? ¿Y hasta dónde estaría dispuesto a llegar?
Por eso, más que preguntarse qué busca hoy Arturo Pérez Behr, la pregunta clave es otra:
¿Qué tan vacío, frágil o desesperado debe estar un proyecto político para permitir su regreso?
Porque cuando personajes como él reaparecen, no es la política la que avanza: es la oscuridad la que toma forma. Y en esa penumbra—donde los favores pesan más que las propuestas—se define siempre lo mismo: quién mueve los hilos y quién termina pagando el precio. En Baja California, ya hemos visto cómo termina ese tipo de historias.
