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El derrumbe de Bonilla arrastra a Gilvaja, a Montserrat Caballero y a la regidora impuesta en Rosarito: el PT queda hecho añicos

La inhabilitación de Jaime Bonilla Valdez detonó un terremoto político que dejó en ruinas la estructura del Partido del Trabajo (PT) en Baja California. Su salida abrupta del escenario no sólo acaba con su propia carrera: desmorona, uno por uno, a los actores que dependían de él para sostener sus aspiraciones. En la línea de fuego quedan la diputada Yohana Sarahí Hinojosa Gilvaja, la exalcaldesa de Tijuana Montserrat Caballero Ramírez y la regidora impuesta en Rosarito, Graciela Aguirre.

Para Gilvaja, el golpe es devastador. Su búsqueda de reelección en 2027 dependía por completo de la maquinaria bonillista. Sin su padrino político, sin estructura territorial y sin operadores, la diputada enfrenta un escenario prácticamente imposible. Lo que antes parecía un proyecto viable hoy parece una misión condenada al fracaso incluso antes de arrancar.

El episodio que terminó de hundirla fue su propia decisión de incendiar el ambiente político acusando a la alcaldesa de Playas de Rosarito, Rocío Adame, de ser una “narcotraficante”. Ese ataque descontrolado fracturó la relación con Morena, exhibió la descomposición interna del PT y dejó a Gilvaja como una figura debilitada y sin brújula. Pasó de cuadro ascendente a riesgo electoral en cuestión de días.

La otra gran damnificada es la exalcaldesa Montserrat Caballero Ramírez, quien veía en el PT un camino alternativo para reconstruir su carrera ante la presión dentro de Morena. Con el colapso del bonillismo, esa vía queda totalmente cerrada. Sin el respaldo de Bonilla y con investigaciones federales presionando su imagen pública, Caballero queda igualmente debilitada, sin plataforma, sin red y sin la posibilidad de usar al PT como refugio táctico.

En medio de este desastre emerge el caso de la regidora del PT en Playas de Rosarito, Graciela Aguirre, una imposición directa de Bonilla que ni siquiera vive en Rosarito, sino en Tijuana. Su nombramiento siempre generó sospechas, pero ahora se convierte en un problema político de primer nivel: con Bonilla fuera y con el PT desfondado, Aguirre queda totalmente desprotegida, sin legitimidad territorial y sin autoridad para sostenerse en un Cabildo donde su presencia ya es cuestionada.

El conflicto provocado por Gilvaja contra la alcaldesa Adame terminó por destruir cualquier margen de operación política que Aguirre pudiera tener. Hoy está políticamente sola, debilitada, y convertida en símbolo de un partido que colocaba piezas sin arraigo ni representación real.

Para Morena, la caída de Bonilla reordena el tablero. Recupera control en Tijuana, oxigena sus estructuras internas y deja al PT sin capacidad para negociar ni candidaturas ni posiciones. En Rosarito, la confrontación interna del PT solo fortaleció a la alcaldesa Adame, quien emerge como la figura que sobrevivió al ataque y cuya autoridad se reafirma frente al caos ajeno.

Gilvaja, Caballero y Aguirre representan diferentes niveles del daño pero comparten un destino común: quedaron atrapadas en el colapso total de un liderazgo que alguna vez las sostuvo. Sin Bonilla, cada una enfrenta un futuro político más frágil, incierto y cuesta arriba.

El PT, reducido a un cascarón vacío, deja a sus cuadros sin protección y sin rumbo. Y mientras Morena avanza hacia 2027 con un aliado menos, el bonillismo queda enterrado junto con quienes intentaron sostenerse en él.

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