
El semanario Zeta de Tijuana se exhibió a sí mismo al publicar por error —en su página oficial de Facebook— una nota que denunciaba la falta de ética de su directora, Adela Navarro Bello. Minutos después, la publicación fue eliminada, pero ya había sido capturada y compartida por diversos usuarios, dejando en evidencia una crisis interna y un daño irreversible a la credibilidad del medio.
La nota, originalmente difundida por Los Ángeles Press bajo el título “Las manos manchadas del Zeta: el dilema ético de Adela Navarro Bello”, señalaba que Navarro se negó a rectificar información sin sustento que derivó en una tragedia: el asesinato del joven empresario Omar Cisneros Salcedo, injustamente vinculado por el semanario con el crimen organizado.
Aunque el error de publicación fue momentáneo, su contenido abrió un debate mayor: la manera en que Zeta ha convertido la mentira en método y la victimización en estrategia.
Durante los últimos años, tanto el medio como su directora han sido señalados de mantener un patrón de conducta sistemático: lanzar acusaciones sin pruebas verificables, dañar reputaciones y, cuando son cuestionados, victimizarseafirmando que “se les ataca por decir la verdad”.
Detrás de ese discurso —según periodistas y excolaboradores del propio semanario— se esconde una estrategia calculada para mantener relevancia pública a través del escándalo, incluso a costa de la verdad. La fórmula es simple: acusan, provocan reacciones y luego se presentan como perseguidos.
Esa dinámica, apuntan observadores del medio, ha erosionado por completo la autoridad moral que alguna vez distinguió al semanario fundado por Jesús Blancornelas, quien hizo del rigor y la veracidad los pilares de su trabajo periodístico.
Desde la muerte de Blancornelas en 1997, Zeta entró en una etapa distinta, marcada por la conducción personalista de Adela Navarro Bello, cuyas decisiones editoriales —cerradas, unilaterales y carentes de autocrítica— han sido motivo de constantes controversias.
El caso de Omar Cisneros Salcedo ilustra esa pérdida de rumbo. Su padre, Manuel Cisneros Romero, denunció públicamente que ningún reportero ni la directora del semanario se comunicaron para ofrecer el derecho de réplica o verificar los señalamientos.
Pese a que los documentos oficiales del Registro Público de la Propiedad y el Comercio desmentían las acusaciones, Zeta mantuvo la nota original, sin correcciones ni disculpas. Peor aún, después del asesinato del joven, el medio publicó una segunda entrega reafirmando los señalamientos.
Para Los Ángeles Press, este comportamiento representa una falla ética grave: publicar sin pruebas, omitir la verificación, negar el derecho de réplica y luego construir una narrativa de persecución para eludir la responsabilidad.
El episodio reciente en Facebook no solo evidenció un error de publicación, sino que confirmó lo que muchos ya sabían: el semanario se ha convertido en un espacio donde el abuso editorial y la manipulación informativa sustituyen al periodismo de investigación.
Hoy, Zeta atraviesa la mayor crisis de credibilidad de su historia. Lo que alguna vez fue sinónimo de periodismo valiente e independiente se ha transformado en un medio que luce más preocupado por mantener su poder simbólico que por honrar la verdad.
En su intento por borrar una crítica, el semanario terminó exhibiendo el deterioro ético de su dirección y el colapso moral de una marca que alguna vez fue ejemplo de valentía.

