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Los diputados con síndrome de alcalde

En Baja California, el Congreso del Estado parece más un semillero de futuros candidatos que una cámara legislativa. Cada diputado anda en campaña adelantada, convencido de que su curul es solo una escala técnica hacia una alcaldía. Mientras la inseguridad crece, los servicios públicos colapsan y la ciudadanía espera soluciones, ellos ensayan discursos, suben videos y se toman fotos como si el aplauso digital valiera más que una ley aprobada. El diagnóstico es simple: nuestros diputados padecen síndrome de alcalde, una enfermedad política muy contagiosa, caracterizada por la sobreexposición mediática, la ausencia legislativa y la obsesión por figurar.

El primero en la lista es Jaime Cantón, presidente del Congreso, quien parece haberse confundido de puesto. En lugar de legislar, ahora protagoniza videos rodeado de patrullas nuevas, presumiendo gestiones que no le corresponden. El espectáculo sería casi gracioso si no fuera porque mientras él juega al influencer institucional, el Congreso se hunde en la parálisis. Cantón, con su sonrisa ensayada y su discurso vacío, se vende como el rostro de la coordinación entre poderes. Pero detrás de la cámara, los dictámenes se acumulan, las comisiones duermen y los temas urgentes del estado siguen sin resolverse. Su prioridad no es legislar: es proyectarse. No lo dice abiertamente, pero todos lo saben: Cantón quiere ser alcalde de Mexicali. Cada video, cada rueda de prensa, cada aparición pública está pensada para eso. Y mientras el Congreso se oxida, él sigue grabando su reality político, convencido de que gobernar se aprende frente a una cámara.

En Tijuana, el diputado Ramón Vázquez lleva el síndrome a niveles de caricatura. Ya es conocido en los pasillos políticos como “la dama de compañía del alcalde”, por su invariable presencia junto a Ismael Burgueño en todos los eventos públicos. Si el alcalde inaugura una banqueta, ahí está Vázquez. Si entrega patrullas, ahí aparece detrás. Si da una conferencia, él asiente, sonríe y aplaude como si le pagaran por eso… y tal vez sí. Vázquez ha dejado de ser legislador para convertirse en un acompañante institucional. No cuestiona, no propone, no fiscaliza: acompaña. Su rol parece más el de un asistente que el de un representante popular. En redes presume giras, pero jamás presume una iniciativa. Su legado legislativo cabe en un tweet, y todavía sobra espacio. Aun así, quiere ser alcalde de Tijuana. Se mueve con el aire de quien ya se siente heredero político del presidente municipal. Pero la gente lo ve y lo sabe: los acompañantes no heredan el poder, solo las fotos. Ramón Vázquez podrá ser constante, pero también es prescindible.

En Tecate, la diputada Maite Méndez, de Morena, decidió hacerle la chamba a la oposición. Lo curioso es que en Baja California la oposición ya es poco más que una especie en extinción. Aun así, Méndez se dedica con fervor a criticar todo lo que hace el alcalde Román Cota, también morenista, como si fuera panista honoraria. Su cruzada no es por el equilibrio político, sino por la visibilidad. Cada crítica, cada declaración altisonante, cada nota que genera, la acerca un paso más a su verdadera meta: la alcaldía de Tecate. En el camino, daña a su propio partido y erosiona la imagen de su gobierno local, sin entender que su protagonismo personal debilita la marca de todos. Mientras los tecatenses esperan que sus legisladores impulsen soluciones reales, Méndez juega a ser la voz crítica de un sistema que también la cobija. Una legisladora que dispara hacia adentro, convencida de que el ruido sustituye al trabajo.

En Rosarito, el diputado Fidel Mogollón lleva meses en campaña sin decirlo abiertamente. Café político aquí, desayuno allá, foto en cada evento, abrazo a cada lideresa. Su discurso es tan general que sirve para cualquier auditorio: habla del futuro del municipio, del trabajo en equipo y de los valores, pero jamás menciona su trabajo legislativo. Mogollón representa a la perfección al diputado que confundió la popularidad con la eficacia. No hay leyes que lo respalden, ni proyectos relevantes que pueda presumir, pero sí una agenda social bien planeada para sonar cercano al pueblo. En realidad, lo único cercano que tiene es la próxima elección. Y sí, también quiere ser alcalde. En su caso, de Rosarito. Lo dicen sus allegados, sus recorridos y hasta sus discursos en clave. No hay misterio: Mogollón ya no legisla, se promociona. Y el Congreso, mientras tanto, sigue vacío de ideas y lleno de candidatos.

En Ensenada, el diputado Diego Alejandro Lara Arregui también parece haber olvidado que su trabajo está en el Congreso. Se muestra en eventos públicos, opinando de todo, buscando cámara en cada acto cívico o reunión política. Su activismo social disfrazado de gestión es el clásico síntoma del que busca el siguiente cargo sin terminar el actual. Lara Arregui se ha convertido en un personaje ubicuo, con declaraciones para todo y soluciones para nada. No hay tema que no comente ni acto al que no asista. Esa omnipresencia, tan típica del político que quiere “posicionarse”, ya lo perfila como aspirante a la alcaldía de Ensenada. Y mientras él se promueve, los pendientes legislativos de su distrito siguen acumulándose. En su libreto político, legislar quedó en letra chiquita; lo importante es figurar, aparecer, sonar. La fórmula de siempre: hacer todo menos su chamba.

Cinco diputados, cinco municipios y una sola constante: todos quieren gobernar, pero ninguno quiere legislar. El Congreso de Baja California se volvió un trampolín político, una fábrica de aspirantes donde las leyes se olvidan y los egos se reproducen. La legislatura que prometía representar al pueblo terminó convertida en un casting abierto para las elecciones de 2027. Porque sí, en Baja California ya no tenemos diputados… tenemos precandidatos con sueldo público.

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